ENTRE LA ARENA Y LA MURALLA. EPISODIOS CEUTÍES
DE DOMINGO NOFUENTES HERNÁNDEZ
COLABORACIÓN DE JESÚS CANCA LARA
¿Se puede novelar la cotidianidad enhebrando ficción y realidad,
sin minimizar el potencial de invención del primero ni menospreciar
la rigurosidad del segundo? Si alguien aun lo pone en tela de juicio
puede adentrarse en las páginas de esta ópera prima del
escritor Domingo Nofuentes; un granadino afincado en Ceuta hace más
de veinte años.
En tan solo cinco
relatos, el autor de “Entre la arena y la muralla” ha sabido
plasmar dos realidades bien distintas: la realidad del Relato Breve
como género literario y fogonazos de la realidad ceutí en el
transcurso de los años. Por un lado, da respuesta a la manida
pregunta sobre la extensión que debe tener un relato breve, dejando
entrever que no hay una única extensión predeterminada. Contar una
historia puede ocupar a veces 7 páginas (como en el caso del relato
titulado Noche cerrada) u 83 páginas (como en El
Reportaje). Por otro lado, esta obra se puede catalogar como una
magnífica muestra de la realidad ceutí novelada. O, en otras
palabras, un excelente ejemplo de cómo novelar hechos reales, bien
documentados y desde el rigor. De ahí que, partiendo de hechos
acaecidos a lo largo del tiempo en Ceuta, el autor se invente algunos
personajes y juegue con la realidad, combinando de manera equilibrada
realidad y ficción, haciendo uso de una exquisita contextualización
léxica y una no menos exhaustiva documentación histórica.
Además, el logro
conseguido en el caso del autor que nos ocupa tiene un mérito doble,
ya que ha sabido retratar la realidad y costumbres de Ceuta, sin ser
natural de Ceuta. Se nota que este autor granadino entiende de
fotografía y sabe “retratar bien”, porque ha sabido fotografiar
distintos momentos a lo largo del tiempo que, por diferentes razones,
han quedado grabados en la historia de esta ciudad. Sin lugar a
dudas, Domingo ha sido capaz de meternos de lleno en la historia de:
Manuel, un reo gallego conocido como “El hombre lobo de
Allariz” en la Ceuta-Presidio de finales del siglo XIX; o hacernos
partícipes y asistir a la realidad de unos personajes ante la
llegada de la Guerra Civil; o en la historia de Miguelito que
ve de cerca la muerte por vez primera, durante una de las mayores
tragedias marítimas registradas en el Campo de Gibraltar; o en la
piel de Sara, esa aprendiz de periodista que resulta herida en
acto de servicio mientras realiza sus pesquisas durante la redacción
de su reportaje; o, por último, en la historia de Abdoulaye, un
migrante que tras su periplo africano se queda en puertas de lograr
su sueño europeo.
“Entre la arena y
la muralla” trata de cinco historias recogidas en cinco relatos
bajo un título prometedor, prestado de un verso de nuestro ilustre
poeta ceutí Luis López de Anglada, como nos recuerda en el
excelente prólogo de la obra nuestra querida amiga Mª Jesús
Fuentes. Un título que se antoja tan apropiado como original, que
viene a sintetizar lo que el libro acontece en sentido inverso. Y
digo en sentido inverso porque “Entre la arena y la muralla”
aparece en sentido contrario al orden de aparición en la obra, ya
que la “arena” de la playa que pisa el inmigrante Abdoulaye
aparece en el último relato, mientras que la “muralla” del Monte
Hacho del Presidio lo encontramos en el primer relato. Una mera
anécdota.
De las muchas
lecturas que se podrían llevar a cabo, me centro en una de ellas. A
mí, particularmente, me ha llamado la atención el enfoque
costumbrista de los relatos, puesto que presentan una larga lista
significativa de costumbres que yo he vivido en primera persona:
En el relato “Doce
de diciembre” me he sentido identificado con Miguelito. Yo
nací y me crié en la Playa Benítez, y compartí la costumbre
infantil de “raspar los huesos de melocotón contra el escalón de
piedra para fabricar pitos” y he observado en mi infancia a
“mujeres cargadas con cubos de desperdicios que arrojaban al mar en
el Barrio de las Latas”. He compartido el mismo uso de la lengua y
cuando cogía el autobús en la Playa Benítez para ir al centro de
la ciudad, también decía “me voy a Ceuta”, como si ya no
estuviera en la ciudad. Y como piragüista que fui de joven, cuando
dábamos la Vuelta a Ceuta en piraguas, viví la bravura del mar en
los Isleros de Santa Catalina tal cual se narra.
En “El reportaje”
me he sentido identificado con Sara, porque yo también he sido hijo
de tendero de una tienda de ultramarinos de barrio y salí de Ceuta
para estudiar una carrera universitaria. Un relato repleto de
localismos, con un somero repaso al callejero ceutí, con mención de
locales emblemáticos y una retahíla cuidada de algunos de los
platos típicos de esta ciudad: bocadillos de corazones de pollos,
conchas finas crudas con unas gotitas de limón, guiso de fideos con
caballas, pinchitos morunos, milhojas de chocolate, el chocolate
Maruja o el té con pastas.
Y “Vientos de
tormenta” también me ha trasladado a mi infancia de manera
especial. Yo también cogía “la camioneta” todos los días para
ir al colegio (o sea, el autobús). Mi padre a veces bebía “vino
con sifón” y de joven ordeñaba las cabras de mi abuelo en un
jarrillo de lata. Y mi madre también pedaleaba en su máquina de
coser con un cajón adosado siempre lleno de retales, tijeras, tizas
y carretes de hilo; y tomaba infusiones de “hierbaluisa”.
Por todo ello, a modo de conclusión y de manera acertada, José
Antonio Alarcón, Director de la Biblioteca Pública “Adolfo
Suárez” de Ceuta, califica “Entre la arena y la muralla”,
desde las emociones evocadas, como una magnífica recopilación de
“Historias de gente sin historia”. Se refiere al acontecer diario
de las personas narradas (un preso, unos pescadores, gente obrera,
una aprendiz de periodista y un migrante) que, sin aparecer en los
anales de la historia de esta ciudad, escribieron sus historias con
“h” minúscula (como al mismo Domingo Nofuentes le gusta tildar)
en el pasado de esta ciudad y nos permiten hurgar en el tejido de las
vivencias de un pueblo a orillas del Estrecho de Gibraltar.