viernes, 4 de junio de 2021

 A flor de piel”  de Javier Moro. Colaboración de Montse Méndez

La primera vez que tuve conocimiento de la existencia de Isabel Zendal, fue en una nota de prensa que leí, por casualidad, en una mañana de vacaciones, hace ya cuatro veranos. Tal vez porque acababan de descubrir el nombre de la hasta ese momento desconocida enfermera que había acompañado a Balmis en su Expedición, y porque, además, era originaria de A Coruña, el Correo Gallego se había hecho eco de ella. 

La noticia, sin embargo, no ofrecía gran información, más que su labor como acompañante de los 22 niños del hospicio de la Coruña, en su travesía a través del Océano Atlántico y a lo largo de las colonias americanas  e incluso aquellas pertenecientes al continente asiático. 

Esta cuestión me sorprendió y la primera pregunta que acudió a mi mente no fue ya por qué ella había sido desconocida hasta el momento, sino que cómo era posible que unos niños hubiesen sido sometidos, primero, a una especie de experimento cuyos efectos resultaban desconocidos (¿le estarían inoculando una enfermedad susceptible de desarrollarse y matarlos?), y segundo, a un viaje en el cual habían perecido antes hombres mucho más fornidos. Comprendía el objetivo y la necesidad de poner el bien común por delante de todo lo demás, pero ¿debe ser así  a toda costa? ¿Dónde está el límite?

Pues bien, esta cuestión y algunas otras más, se trataron en la última reunión del Club de Lectura de la Biblioteca de Ceuta; en la que, además, contamos con la presencia del Jefe de Medicina Preventiva del Hospital Universitario de Ceuta, Julián Domínguez, cuyas aportaciones enriquecieron nuestro diálogo, desde un punto de vista no sólo médico, sino también, literario e incluso filosófico: 

¿Fue realmente una Expedición filantrópica? ¿Era el objetivo de Carlos IV humanitario o, por el contrario, se trataba de una maniobra mercantilista para evitar la desaparición de la mano de obra en las Indias occidentales? ¿Fue Balmis un prohombre o se trataba de un científico solitario y ególatra que sólo buscaba el éxito personal, sin reparar en las posibles consecuencias? ¿En qué medida su actitud puede justificar o deslegitimar la expedición?

Más allá nos llevaron las reflexiones de nuestro compañero Pedro, quien, actuando en calidad de abogado del diablo, como él mismo se describió, se preguntó y nos preguntó si realmente el ser humano debe de desarrollar este tipo de avances médicos, en aras de la supervivencia. 

Es decir, una vez neutralizadas las sucesivas pandemias, que hasta el momento han minorado la población humana, contribuyendo a regular de forma natural el ecosistema y evitando alterar la cadena trófica, ¿qué futuro tendremos? ¿Habrá suficientes recursos para todos?

Momento en que el que resultó inevitable recurrir a la famosa frase de Hobbes “homo homini lupus” o “el hombre es un lobo para el hombre” o más bien que nosotros mismos seremos quiénes nos extinguiremos.

Sin embargo, y en esto tengo que decir que me puede mi vena idealista, o utópica, o no sé ya cómo llamarla, y en este sentido (como dijo alguien en la sala “no tengo una respuesta para esto, pero tengo una opinión”), creo que si, doscientos años después, hemos conseguido alcanzar, no sólo el estatus legal, sino el convencimiento del valor de una vida humana, en el sentido de que hoy sería impensable –al menos en nuestra sociedad- que unos niños vulnerables e indefensos, fueran sometidos a tales medidas; tal vez, en doscientos años a partir de ahora, hayamos conseguido una mejora social y una mayor conciencia ecológica, fundamentada  en la sostenibilidad, la empatía y el respeto mutuo.

Por supuesto, también hubo espacio en el diálogo para consideraciones desde un punto de vista estrictamente literario: Se destacó, en primer lugar, la labor de documentación realizada por el autor para la ambientación de la novela, en la que se describe incluso, de manera minuciosa, cómo se realizaba la inoculación del virus y su transmisión de un huérfano a otro.

Esta labor de investigación coexiste con escenas de carácter ficcional, pertenecientes a la imaginación del autor; pequeñas licencias que nos permiten distinguir, entre otros aspectos, el género de la novela histórica respecto de la historia novelada, como la presente.

Se resaltó la labor de construcción de los personajes, ya que, una vez inmerso en la historia, uno es capaz de generar simpatía o antipatía respecto de cada uno de ellos, sólo por el cómo nos son mostrados; y por supuesto, la pulcritud y la claridad del estilo de Javier Moro al describir los personajes y las diferentes escenas. Todo ello resulta en un tono fluido, que otorga amenidad a su lectura y que hacen que se trate de una novela disfrutable por todos los públicos.

Para finalizar, me gustaría comentar, para aquel que le interese seguir leyendo sobre el tema, o tal vez acercárselo a los más jóvenes de la casa, que la periodista coruñesa María Solar publicó en el año 2017 la novela juvenil “Los niños de la viruela: La expedición Balmis, en la que éstos son los verdaderos protagonistas y narradores de la historia; que cuenta, además, con una adaptación teatral para público familiar y escolar.