viernes, 27 de noviembre de 2015

“CREMATORIO” de Rafael Chirbes. Por Domingo Nofuentes Hernández

CREMATORIO” de Rafael Chirbes.
Por: Domingo Nofuentes Hernández

Es un hecho contrastado que en los últimos tiempos ha habido un retroceso generalizado del intelecto y del sentido común, de lo que no solo dan fe las sucesivas temporadas de Gran Hermano, o la tontuna parvularia de algunas de las nuevas redes sociales, sino que trasciende también, y más a menudo de lo que sería conveniente, al mundo de la literatura.
Con este estado de las cosas y del mundo, es desde cualquier punto de vista entendible que proliferen los best-sellers erótico-festivos, y las obras diseñadas para únicamente entretener al respetable, de escasa complejidad y de discurso fácilmente digerible, cuyo último y único fin es vender libros (por supuesto…) y tratar que el lector se evada, sin mucho esfuerzo por su parte, de la prosaica realidad que nos rodea. Aunque como se suele decir, para gustos los colores (no seré yo quien les afee la conducta).
En cambio, hay otro tipo de literatura, que sin abandonar su indudable ambición estética y su firme compromiso con el lenguaje, sí que se atreve a explorar el inconsciente ideológico de una época y unos personajes, permitiéndose hurgar en las heridas que ha ido dejando la transformación de la sociedad moderna a su paso. Claro que quizás, disfrutemos menos de ese tipo de lecturas, que suelen resultarnos más agrias y desasosegantes, ya que requieren una mayor implicación del lector. Pero a la postre son éstas las que intervienen de manera decisiva en nuestra propia configuración como personas, las que dejan un perentorio poso que influye definitivamente en nuestra manera de ver e interpretar el mundo que nos rodea.
Y una de estas es sin duda “Crematorio” de Rafael Chirbes (Anagrama), Premio de la Crítica , Premio Cálamo y en esta ocasión la obra propuesta para ser comentada por el CLUB DE LECTURA de la Biblioteca Pública del Estado “Adolfo Suárez”.
La novela orbita entorno al personaje de Rubén Bertomeu, un arquitecto y constructor de éxito, que se enriqueció con el tráfico de drogas y el blanqueo de sus negocios gracias al boom inmobiliario, alrededor del cual, se va tejiendo la trama en la que están inmersos el resto de personajes: su idealista hermano Matias; su hija Silvia y su yerno Juan, restauradora de arte y frustrada artista ella y catedrático de literatura él; un escritor consumido por la droga, el alcohol y el sexo llamado Brouard, amigo de la infancia de Ruben; un mafioso ruso; los dos lugartenientes de Bertomeu, chicos para todo y manos ejecutoras en la sombra de los desmanes criminales del constructor…etc.
La historia se localiza en Misent, una suerte de Macondo en la costa levantina, y comienza y acaba con la rememoración de Rubén, que en primera persona se dirige a su hermano Matias, recien fallecido y del que se va a celebrar el funeral. A partir de ahí, el autor construye la novela a base de tiradas de una prosa caudalosa, como si hubiese escrito toda la novela de una sentada, con bloques de texto repletos de digresiones, de idas y venidas , dirigidas a menudo por un narrador omnisciente (oscila de la primera a la tercera persona) que siempre adopta la visión del protagonista de cada capítulo y a través de cuyos recuerdos y pensamientos el lector va construyendo el puzzle de la trama, mientras te lleva de la mano por la historia . En esta novela Chirbes ha perfeccionado esa narración continuada, libre de diálogos, con muy pocos puntos y aparte, a modo de discursos cerebrales, (que a algunos nos trajo a la memoria obras como Juanita Narboni o Cinco horas con Mario) que te envuelve en los diferentes pensamientos y enfoques de los personajes, acercándonos a cada una de sus perspectivas y de boca de ellos mismos. Así, de ese modo y poco a poco, el autor va construyendo con la propia tensión del lenguaje una pleamar, un crescendo, que nos va llevando hasta el final sumergidos en su prosa (… o más bien siendo arrastrados por ella).
Como se ha comentado en la reunión del CLUB DE LECTURA, aquí se advierte de primera mano la intención de Rafael Chirbes de concebir la novela como un todo, como una frase que empieza en la primera página y termina en la última, tratando cada capitulo como una estrofa y cada frase como un verso (algunas de una belleza y una lucidez portentosas), impulsando la prosa con el ritmo de la puntuación, sin apenas dar tregua, tratando de atrapar al lector en un torbellino del que no pueda salir. Y en cierto modo, se sale con la suya: no puedes dejar esa frase porque viene otra a continuación, y después otra, y otra más.
Si a eso le añadimos el vocabulario realista y cercano que utiliza para situarnos perfectamente en cada una de las perspectivas a la que nos llevan los personajes, tendremos una novela sublime, aunque en ocasiones desoladora e inquietante. La realidad que nos presenta el autor es un testamento poco complaciente de la época del pelotazo inmobiliario, un descarnado panorama de los últimos años y de la sociedad en que vivimos, quizás algo pesimista, ya que nos muestras unos personajes egoístas, corruptos, vengativos, vacíos, superficiales, infieles y sobre los que no cabe redención alguna, pero que en definitiva impulsa al lector a pensar y a posicionarse.
Sin embargo el verdadero tema central de la novela, a mi modo de ver, no es la denuncia social, ni la crítica feroz a la corrupción política e inmobiliaria (ese sería mas bien su trasfondo temático), sino el de aportar una visión sombría y desalentadora de la condición humana, un punto de vista descreído y cínico de las contradicciones y complejidades del ser humano. A través de sus páginas llega a nosotros un lúcido esbozo del atlas humano del colapso moral, social y económico en que nos hemos visto sumidos en los últimos tiempos, pero también algunas de las más profundas reflexiones que he podido leer últimamente sobre la amistad, el arte, el paso del tiempo, la creación literaria, la soledad, la familia…así como un largo etcétera de cuestiones, más habituales de libros de filosofía que de ser vistos en una novela. Y el autor lo lleva a cabo , huyendo de la trama lineal al uso , sin enarbolar banderas ideológicas, sin aleccionadoras moralinas, ni establecer juicios de valor sobre sus personajes, sosteniendo el texto con el único andamiaje del lenguaje. Es en definitiva una obra de enorme calidad literaria, aunque dura, exigente para el lector y que deja un cierto regusto amargo.
Pero, si se conoce aunque sea someramente la peculiar personalidad de Rafael Chirbes ( que falleció el pasado mes de agosto víctima de un cáncer de pulmón) no queda más remedio que reconocer su impronta en cada línea, o en cada cruda opinión de los personajes. A tenor de los que mejor lo conocían, Rafael Chirbes fue siempre un hombre indómito, inconformista, muy crítico con el mundo, aunque sensible, humilde y pesimista por convicción. También su biografía estuvo marcada por estas premisas. Nacido en Tavernes de la Valldigna (Valencia) hace 66 años, Rafael Chirbes era huérfano de padre y creció separado de su madre, que tenía que ganarse la vida trabajando en la ciudad. Así, el escritor pasó gran parte de su niñez de internado en internado, en colegios de hijos de ferroviarios de Ávila, León y Salamanca. Probablemente, en ese punto comenzó a amoldarse a la existencia solitaria que luego se convertiría en su modus vivendi. Al escritor valenciano no le gustaba casarse con nadie, ni en lo literal ni en lo metafórico. Murió soltero y sin hijos. Los reconocimientos le llegaron al final de su vida e inevitablemente acompañados de una atención mediática que le turbaba , por lo que evitaba en la medida de lo posible las entrevistas y las apariciones en público. No es de extrañar, por tanto, que concibiera esta novela de descarnada clarividencia, más que necesaria en este tiempo de levedad, frivolidades y desmemoria:
Hace milenios que se destruye esta tierra. No queda ni un rincón que no haya sido violado. Mira aquí mismo, dentro de Misent. No hay más que leer los periódicos. Durante una obra, destruyen una villa romana, destruyen un hamán almohade, una muralla califal, han destruido media docena de funduks (al parecer, dicen los periódicos, ésta fue una ciudad comercial del siglo XII: contactos con Alejandría, Túnez, con Sicilia). Eso dicen los periódicos que hacemos los constructores”.


ASESINATO EN EL CAMPO DE GOLF” de Agatha Christie vs “EL LARGO ADIÓS” de Raymond Chandler. Por: Domingo Nofuentes Hernández.

ASESINATO EN EL CAMPO DE GOLF” de Agatha Christie vs
EL LARGO ADIÓS” de Raymond Chandler

Por: Domingo Nofuentes Hernández.


Como ya he señalado en alguna otra ocasión, un Club de Lectura, en el sentido amplio del término, no ha de conformarse con ser un mero instrumento para fomentar el hábito lector. Debe ser sobre todo, una enriquecedora experiencia grupal que se nutra de las vivencias y sensibilidades del heterogéneo círculo de personas que lo componen, un territorio donde la historia de un libro se transforme en tantas como lectores tenga ( ya se sabe que cualquier historia que pasemos por el tamiz de nuestras vivencias se convierte en una historia distinta y única), y en cuyo seno, se generen a través del dialogo, cuestiones que enriquezcan nuestra propia percepción de esa obra concreta, de su autor, o incluso nos ayude a arrojar cierta luz sobre los recónditos laberintos de la creación literaria.
Y eso efectivamente, se cumple a la perfección en el caso del Club de Lectura de la Biblioteca Pública del Estado “Adolfo Suarez”. A mi modesto entender, este cordial rincón de debate, para los que solemos acudir a él, alcanza a ser incluso un acto de aprendizaje intelectual en sí mismo, otra forma diferente de acceder al conocimiento, pero desde la reflexión y la puesta en común.
En ese contexto, surgen discusiones y cuestiones en las que, afortunadamente, no solemos mostrarnos de acuerdo. Una de las últimas y que no quedó resuelta, surgió a propósito de la reunión en la que se comentó la novela Respirar por la herida de Victor del Árbol, que algunos etiquetaron como novela negra, mientras que otros la calificaron como policiaca.
Para discernir de primera mano dicha cuestión, y ahondar en las diferencias que existen entre novela policiaca y novela negra, se propuso comentar para este mes dos obras, cada una representativa de uno de estos subgéneros; por un lado y como paradigma de las novelas de detectives más al uso, se sugirió la lectura de “Asesinato en el campo de golf ” de Agatha Christie, mientras que como muestra de la novela negra se eligió a un clásico entre los clásicos: “El largo adiós” de Raymond Chandler.
A grandes rasgos y sin entrar en sesudas disertaciones, podemos mencionar que en la novela policiaca o detectivesca clásica, el interés principal radica en la resolución del enigma, en llegar a descubrir al autor del crimen a través de un procedimiento racional, basado en la observación e indagación, llevada a cabo por parte del protagonista en la mayoría de los casos.
Por contra, en la novela negra se ofrece una mirada más profunda a los conflictos humanos, prestando especial atención a los contextos sociales y a los matices de unos personajes llenos de dudas y contradicciones, donde el crimen a investigar pasa a un segundo plano y solo sirve de pretexto para trasladarnos al mundo delincuencial donde se desarrolla la acción .

En “Asesinato en el campo de golf”, Agatha Christie nos presenta al coronel Hastings , amigo íntimo del protagonista, el genial Hercules Poirot y que desempeña el mismo rol que Watson para Sherlock Holmes. El detective belga recibe una carta de un antiguo cliente suyo, el señor Renauld, demandándole ayuda ya que piensa que su vida corre peligro. Poirot acude con Hastings rápidamente, pero llega tarde, ya que Renauld es asesinado la noche antes. Su cuerpo se encuentra sin vida en un campo de golf vecino, además de hallarse a su esposa atada en el dormitorio y haber desaparecido joyas de la casa. El comisario Giraud de la Sûreté de París acude raudo a investigar los pormenores del caso, iniciándose un duelo de “ingenio” e investigación entre él y el famoso Poirot. El comisario francés pronto parece resolver el caso con los métodos habituales, mientras que Poirot pone en funcionamiento sus células grises y lleva la investigación por otro camino. La cosa se complicará cuando desaparece el arma del crimen y aparece un nuevo cadáver de un hombre desconocido…
Ni que decir tiene que la reina del misterio despliega en esta ocasión y como suele, una galería de personajes excéntricos como solo ella sabe concebir y donde la intriga es tan elaborada y compleja que incluso en ocasiones puede desorientar al lector (o al menos a mí me ha producido ese efecto), pero que merece mucho la pena, aunque tan solo sea por deleitarnos en el duelo de ingenio que se establece entre los dos investigadores.
En “El largo adios” de Raymond Chandler (que junto con Dashiell Hammett es uno de los escritores de novela negra de mayor prestigio), el narrador no es otro que el mordaz detective Philip Marlowe. Comienza la historia cuando una noche se da de bruces con Terry Lennox, el sumiso y alcohólico marido de una millonaria de costumbres disolutas, con el que el detective simpatiza de inmediato y acaba por tomarle afecto (quizás de tanto tomar gimlet en bares semivacíos). Todo cambia cuando la mujer de Lennox aparece muerta en la casa donde solía encontrarse con sus amantes, con el rostro destrozado. Terry acude a Marlowe y le pide ayuda para huir a México, lo que Marlowe hace de inmediato convencido de su inocencia y sin querer hurgar demasiado en lo sucedido. Poco después, se entera de que Lennox se ha suicidado. Pero antes de matarse, su amigo tuvo tiempo de enviarle una carta, y con ella un ejemplar de un raro billete: uno que lleva un retrato de Madison y vale 5.000 dólares. En la carta, Terry le dice adiós y le pide que vaya al Victor‘s a tomarse un gimlet en su memoria. Marlowe, como no cabría esperar de otro modo, cumple sin esfuerzo el encargo. A partir de ese momento, Marlowe inicia una ingrata investigación que lo lleva a ser detenido y golpeado por la policía, amenazado por un mafioso y coaccionado por el poderoso padre de la difunta, que se muestra más interesado en echar tierra sobre el asunto para no provocar ningún escándalo que por saber quién verdaderamente fue el asesino de su hija. En esas se halla, cuando conoce a Eileen Wade, una apabullante rubia de ojos violetas que dará lugar a una teoría sobre las rubias sencillamente antológica.
En estas dos novelas se aprecian bien marcadas las diferencias que refería al principio; en la novela de Agatha Christie los personajes se nos suele presentar bastantes estáticos y pocos matizados (salvo Poirot, claro está), donde los buenos lo son a todas luces y los malos son siempre perversos, donde no se exploran los motivos íntimos ni la historia que hay detrás de esos personajes. En cambio, en la novela de Raymond Chandler, el desarrollo de la acción es rápido, convulso y a menudo violento, y donde esta división de buenos y malos se difumina totalmente, rebasando los protagonistas a menudo la barrera del bien y el mal. Pero en mi opinión, la enorme grandeza de la novela negra reside en que en ellas la investigación policial, y más aun la figura del detective privado, ofrece una metáfora perfecta de la búsqueda de la verdad y la justicia en un mundo lleno de imposturas y corrupción (algo que sin duda en los tiempos que corren a nadie nos resulta del todo ajeno).
Autores tan consagrados como Eduardo Mendoza, J.J. Millás o Muñoz Molina han utilizado en sus obras elementos de la novela negra, aunque actualmente, podríamos afirmar que la mayoría de los autores que se acercan al género lo hacen pretendiendo mantener cierta voluntad de estilo, más que siguiendo el esquema que plantean los clásicos de referencia, lo que inevitablemente da lugar a novelas que podríamos llamar “híbridas”, y a denominaciones tomadas prestadas del cine, como es el caso del thriller o la novela de suspense.


Más allá del limite impreciso que separa ambas denominaciones y de los argumentos que se puedan alegar al respecto (¿existe en la narrativa española una verdadera separación entre la novela negra y la de detectives o policiaca?...), en última instancia nuestra única obligación como lectores se me antoja sencilla; olvidarnos de etiquetas y nomenclaturas, y abandonarnos sin más a la lectura.