“CREMATORIO”
de Rafael Chirbes.
Por: Domingo Nofuentes
Hernández
Es
un hecho contrastado que en los últimos tiempos ha habido un
retroceso generalizado del intelecto y del sentido común, de lo que
no solo dan fe las sucesivas temporadas de Gran Hermano, o la
tontuna parvularia de algunas de las nuevas redes sociales, sino que
trasciende también, y más a menudo de lo que sería conveniente, al
mundo de la literatura.
Con
este estado de las cosas y del mundo, es desde cualquier punto de
vista entendible que proliferen los best-sellers erótico-festivos, y
las obras diseñadas para únicamente entretener al respetable, de
escasa complejidad y de discurso fácilmente digerible, cuyo último
y único fin es vender libros (por supuesto…) y tratar que el
lector se evada, sin mucho esfuerzo por su parte, de la prosaica
realidad que nos rodea. Aunque como se suele decir, para gustos los
colores (no seré yo quien les afee la conducta).
En
cambio, hay otro tipo de literatura, que sin abandonar su indudable
ambición estética y su firme compromiso con el lenguaje, sí que se
atreve a explorar el inconsciente ideológico de una época y unos
personajes, permitiéndose hurgar en las heridas que ha ido dejando
la transformación de la sociedad moderna a su paso. Claro que
quizás, disfrutemos menos de ese tipo de lecturas, que suelen
resultarnos más agrias y desasosegantes, ya que requieren una mayor
implicación del lector. Pero a la postre son éstas las que
intervienen de manera decisiva en nuestra propia configuración como
personas, las que dejan un perentorio poso que influye
definitivamente en nuestra manera de ver e interpretar el mundo que
nos rodea.
Y
una de estas es sin duda “Crematorio” de Rafael Chirbes
(Anagrama), Premio de la Crítica , Premio Cálamo y en esta ocasión
la obra propuesta para ser comentada por el CLUB DE LECTURA de la
Biblioteca Pública del Estado “Adolfo Suárez”.
La novela orbita entorno al personaje de Rubén
Bertomeu, un arquitecto y constructor de éxito, que se enriqueció
con el tráfico de drogas y el blanqueo de sus negocios gracias al
boom inmobiliario,
alrededor del cual, se va tejiendo la trama en la que están
inmersos el resto de personajes: su idealista hermano Matias; su hija
Silvia y su yerno Juan, restauradora de arte y frustrada artista ella
y catedrático de literatura él; un escritor consumido por la droga,
el alcohol y el sexo llamado Brouard, amigo de la infancia de Ruben;
un mafioso ruso; los dos lugartenientes de Bertomeu, chicos para todo
y manos ejecutoras en la sombra de los desmanes criminales del
constructor…etc.
La historia se localiza en Misent, una suerte de
Macondo en la costa
levantina, y comienza y acaba con la rememoración de Rubén, que en
primera persona se dirige a su hermano Matias, recien fallecido y del
que se va a celebrar el funeral. A partir de ahí, el autor
construye la novela a base de tiradas de una prosa caudalosa, como
si hubiese escrito toda la novela de una sentada, con bloques de
texto repletos de digresiones, de idas y venidas , dirigidas a menudo
por un narrador omnisciente (oscila de la primera a la tercera
persona) que siempre adopta la visión del protagonista de cada
capítulo y a través de cuyos recuerdos y pensamientos el lector va
construyendo el puzzle de la trama, mientras te lleva de la mano por
la historia . En esta novela Chirbes ha perfeccionado esa narración
continuada, libre de diálogos, con muy pocos puntos y aparte, a modo
de discursos cerebrales, (que a algunos nos trajo a la memoria obras
como Juanita Narboni o
Cinco horas con Mario)
que te envuelve en los diferentes pensamientos y enfoques de los
personajes, acercándonos a cada una de sus perspectivas y de boca de
ellos mismos. Así, de ese modo y poco a poco, el autor va
construyendo con la propia tensión del lenguaje una pleamar, un
crescendo, que nos va llevando hasta el
final sumergidos en su prosa (… o más bien siendo arrastrados por
ella).
Como
se ha comentado en la reunión del CLUB DE LECTURA, aquí se advierte
de primera mano la intención de Rafael Chirbes de concebir la
novela como un todo, como una frase que empieza en la primera página
y termina en la última, tratando cada capitulo como una estrofa y
cada frase como un verso (algunas de una belleza y una lucidez
portentosas), impulsando la prosa con el ritmo de la puntuación, sin
apenas dar tregua, tratando de atrapar al lector en un torbellino
del que no pueda salir. Y en cierto modo, se sale con la suya: no
puedes dejar esa frase porque viene otra a continuación, y después
otra, y otra más.
Si a eso le añadimos el vocabulario realista y cercano
que utiliza para situarnos perfectamente en cada una de las
perspectivas a la que nos llevan los personajes, tendremos una novela
sublime, aunque en ocasiones desoladora e inquietante. La realidad
que nos presenta el autor es un testamento poco complaciente de la
época del pelotazo inmobiliario, un descarnado panorama de los
últimos años y de la sociedad en que vivimos, quizás algo
pesimista, ya que nos muestras unos personajes egoístas, corruptos,
vengativos, vacíos, superficiales, infieles y sobre los que no cabe
redención alguna, pero que en definitiva impulsa al lector a pensar
y a posicionarse.
Sin
embargo el verdadero tema central de la novela, a mi modo de ver, no
es la denuncia social, ni la crítica feroz a la corrupción política
e inmobiliaria (ese sería mas bien su trasfondo temático), sino el
de aportar una visión sombría y desalentadora de la condición
humana, un punto de vista descreído y cínico de las contradicciones
y complejidades del ser humano. A través de sus páginas llega a
nosotros un lúcido esbozo del atlas humano del colapso moral, social
y económico en que nos hemos visto sumidos en los últimos tiempos,
pero también algunas de las más profundas reflexiones que he podido
leer últimamente sobre la amistad, el arte, el paso del tiempo, la
creación literaria, la soledad, la familia…así como un largo
etcétera de cuestiones, más habituales de libros de filosofía que
de ser vistos en una novela. Y el autor lo lleva a cabo , huyendo de
la trama lineal al uso , sin enarbolar banderas ideológicas, sin
aleccionadoras moralinas, ni establecer juicios de valor sobre sus
personajes, sosteniendo el texto con el único andamiaje del
lenguaje. Es en definitiva una obra de enorme calidad literaria,
aunque dura, exigente para el lector y que deja un cierto regusto
amargo.
Pero,
si se conoce aunque sea someramente la peculiar personalidad de
Rafael Chirbes ( que falleció el pasado mes de agosto víctima de un
cáncer de pulmón) no queda más remedio que reconocer su impronta
en cada línea, o en cada cruda opinión de los personajes. A tenor
de los que mejor lo conocían,
Rafael
Chirbes fue siempre un hombre indómito, inconformista, muy crítico
con el mundo, aunque sensible, humilde y pesimista por convicción.
También
su biografía estuvo marcada por estas premisas. Nacido en Tavernes
de la Valldigna (Valencia) hace 66 años, Rafael Chirbes era huérfano
de padre y creció separado de su madre, que tenía que ganarse la
vida trabajando en la ciudad. Así, el escritor pasó gran parte de
su niñez de internado en internado, en colegios de hijos de
ferroviarios de Ávila, León y Salamanca. Probablemente, en ese
punto comenzó a amoldarse a la existencia solitaria que luego se
convertiría en su modus vivendi. Al
escritor valenciano no le gustaba casarse con nadie, ni en lo literal
ni en lo metafórico. Murió soltero y sin hijos.
Los reconocimientos le llegaron al final de su vida e inevitablemente
acompañados de una atención mediática que le turbaba , por lo que
evitaba en la medida de lo posible las entrevistas y las apariciones
en público. No es de extrañar, por tanto, que concibiera esta
novela de descarnada clarividencia, más que necesaria en este
tiempo de levedad, frivolidades y desmemoria:
“Hace
milenios que se destruye esta tierra. No queda ni un rincón que no
haya sido violado. Mira aquí mismo, dentro de Misent. No hay más
que leer los periódicos. Durante una obra, destruyen una villa
romana, destruyen un hamán almohade, una muralla califal, han
destruido media docena de funduks (al parecer, dicen los periódicos,
ésta fue una ciudad comercial del siglo XII: contactos con
Alejandría, Túnez, con Sicilia). Eso dicen los periódicos que
hacemos los constructores”.
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